Herido de traiciones
ocultas por cobarde oscuridad,
levanta el Nieto altiva la mirada;
en su morisca faz,
de humeyas y khalebes heredera,
la tristeza es vencida por la paz
de los justos corona.
¿Quién parió tal maldad?
¿Qué nación o república lo envía?
No es obra de un mortal
de humana madre fruto,
ni de dios infernal;
que engendráronlo riscos y peñascos,
y diéronle a mamar
tigresas con su ubres de ponzoña (Verg.Aen. IV.365)
y al áspid escondido en pedregal.
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