martes, 16 de noviembre de 2010
Mi querido Cicerón
de aquellos cicerones que
nos refrescaban la vida
con gaseosas al módico precio
de dos pesetas:
Nuestra Plaza al borde de la muerte
tras la última intervención
de cirugía estética,
a la que fue sometida
contra el común criterio
de doctores y legos.
Las aguas alimenticias
de la fuente luminosa
se esconden
cual corrosivos topos
amenazando preñeces
en las aristas verticales
de sus perímetros circundantes.
Los implantes marmóreos
de sus lapidarios bancos
se rajan como tetas de silicona
sobre un yumbo a velocidad de crucero.
David contra Goliat
y Sansón que tumbaba
las columnas del templo
con la fuerza de su luenga cabellera
Oh vanitas vanitatem.
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