viernes, 12 de diciembre de 2008

CEMENTERIOS MOROS Y CRISTIANOS DE SERON

La muerte aplacó el sol y la luna
sin prisa, pero al horario
en el instante en que se turbia la mirada
y cubre de hielo el rostro.

Sus vidas fueron tesoros de misterios
y dejaron de respirar
porque la eternidad
les cabia en el último suspiro.

Un hueco en la tierra era el sepulcro,
la cama donde revolcarse en esos instantes
en la soledad de sus huesos,
desgarrando su vida en los silencios
y sombras de los muertos.

La muerte envejece,
muertos viejos del Real y la Zalea.
Sus almas locas por salir a la vida
y vender su sepultura al sol
o a la luna llena de Octubre,
sin descansar, ignorando lo eterno;
saben que sus huesos no serán
guardados en la memoria,
yalo ves ...
solo huesos elevados al infinito.

El pasar el tiempo contra la eternidad
les asesina cada madrugada
y la luz del día
no acude en auxilio de sus palabras;
no son nadie, solo huesos
bajo el brillo del mármol
o el espejo ciego de la pizarra.

En aquel instante
unas lágrimas volaron al tiempo
diluyéndose en la soledad
de unos huesos
horizontales a la vida
sin poder alejarse del dolor
que les sellaba los labios.

No pudieron gritar con la victoria
ni llorar con la derrota,
vieron la muerte con el iris de la vida.
Solo huesos con el tamaño de la muerte,
la que en vida dió sombra
en iguales medidas
a las de la losa definitiva,
bajo las estrellas
que no cambian de noches.

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