miércoles, 10 de diciembre de 2008

HISTORIAS DEL CEMENTERIO


Muchas veces, abatido el ser humano
se aparta para meditar en recogimiento;
cuando la vida da tanto sufrimiento
nos dormimos tarde y despertamos temprano

Para esto, cada uno tiene su propio criterio
unos en la inmensidad de un templo sagrado,
otros con la compañía del alcohol a su lado,
y yo, en la soledad de la noche en el cementerio.

En días bajos que me abruma el desencanto
meto en una bolsa, un trozo de pan y queso
sin olvidarme de algo de bebida, lo confieso
y me voy de merienda al Campo Santo

Una noche estaba cenando junto a un panteón
cuando de pronto me pareció escuchar unos pasos
recogí rápidamente, el mantel y los vasos
para que nadie me viera en aquella situación.

Agazapado detrás de unos nichos de tres alturas
vi como un visitante se encaminaba a una puerta
entró al interior dejándola entera abierta
y encendió unas cirios para no estar a oscuras.

Iluminada la sala, se sentó en un reclinatorio
y con parsimonia sacó papel y lió un cigarro
tan gordo que parecía una granada anticarro
dando el humo al ambiente, un tono alucinatorio

Yo seguía allí, tras la pared abovedada
escondido en una postura incómoda y ridícula
del frío, empezó a dolerme la clavícula
si mi alma buscaba paz, se sintió desesperada.

Nunca había reparado en los fatuos fuegos
aquella noche, los pude contemplar claramente
en el mármol su contorno verde fluorescente
el espectáculo tan bello, no contó con mis apegos

Mientras tanto el hombre, en la cámara funeraria
de vez en cuando se levantaba, cogía un jarrón
y lo ponía con los otros formando una alineación
no le gustaba el orden de manera arbitraria.

En un momento, con los dedos de sus manos
apagó los cabos de las velas y salió a fuera
yo me eché atrás para que no me viera
el sol despuntaba ya por el muro de los Canos.

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