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Queridisimo Alconaiza, permíteme que te cuente una historia que sucedió por aquellos años años convulsos anteriores a la Guerra Civil desarrollada en los paisajes agrestes de nuestra España.
Tengo que decirte que la he recogido de internet; un recorte de un periódico que se llamaba “El Heraldo de Almería”. He intentado colocarlo aquí, pero mis conocimientos de las nuevas tecnologías de los kilobais son escasos y me ha sido imposible, así que no me queda más remedio que meterte este rollazo para hacerte llegar aquellos acontecimientos luctuosos.
Te advierto que estos hechos, no hacen referencia ni a papas, obispos, curas etc; los protagonistas principales son un médico y un alcalde.
Se desarrolla en un pueblo de por ahí arriba, donde los pajarillos beben las primeras aguas del río Almanzora, el mismo que pasa por la alamea de la Fuente de San Juan y por la Boquera del Pago. En aquella época el pueblo era conocido por el nombre de Alcóntar, lo mismo que hoy. (casualidades de la vida).
En 1930 llega a la susodicha localidad como médico titular un licenciado de unos 43 años aproximadamente, según parece soltero y con la única compañía femenina de su señora madre, conformando su equipaje un maletín con sus ropas, consistentes en unos calzoncillos agujereados y unos calcetines de lana, además de las herramientas de su profesión, así una cuchara de hierro para mirarle a los chiquillos la garganta apretando con el rabo la lengua mientras los pacientes decían “aaaaaaaaaaaa”. y un reloj de bolsillo colgado de un botón del chaleco, que a parte de indicarle la hora, le servía también para tomar el pulso de los pacientes. Eso era todo, llegó más que tieso.
Al poco tiempo comenzaron los problemas. Aunque la cosa no está muy clara, todo parece indicar que fueron cuestiones políticas las que hicieron insostenible la relación del recién llegado doctor con las autoridades locales.
La noticia comienza diciendo, que en 1934 el ayuntamiento mantiene una deuda con el médico de unas 4.000 pesetas, lo que está llevando al sanitario y a su madre a pasar hambre. (Hambre, Alconaiza de mi alma...., eso que se siente cuando no hay nada que llevarse a la panza y por suerte nosotros no hemos conocido aún).
Es entonces que el señor doctor que se llamó siempre don Antonio Rivera Fernández, se desplazó a la capital para exponer su caso al presidente del Colegio de Médicos y escuchadas las quejas, éste decide que lo mejor es ponerlo en conocimiento del Gobernador Civil para que tome cartas en el asunto. Y fue que así lo hizo, mandando un oficio al edil principal de nuestro vecino pueblo para que empezara a abastecer de moneda los bolsillos del famélico galeno.
Dice también la crónica que el doctor Rivera (no sabemos de qué rivera), aprovechó el viaje para recoger un suministro de vacunas infantiles en la Inspección Médica Provincial.
De vuelta a la localidad de “los Charlillos”, el doctor de Las Riveras Imposibles, se dispuso a administrar las vacunas en la escuela de las niñas femeninas. Y sucedió que estando entregado en su labor se presentó el señor alcaide diciendo que sus hijas hembras no se iban a vacunar porque la citada vacuna les habia sido administrada por otro doctor de un distinto distrito. La señora maestra que se encontraba presente le exigió al mencionado mandamás que acreditase mediante certificado la administración de esa vacuna pertinente a las hijas de su sangre.
Bueno, aquí se lió la marimorena, el alcalde le echó en cara al doctor hambriento que le hubiese ido al Gobernador poderoso a darle las quejas, a la vez que le llamaba hijo de fulana de tal o de cual delante de las educandas.
Ante tan graves insultos, la señora maestra nacional se permitió el lujo de mandar a la primera autoridad arconteña a donde picó el pollo ( en aquella época los pollos picoteaban excrementos innombrables por cualquier calle), es decir a la rue o la rua infecta.
El alcalde del pueblo (donde don José fue cura unos venticinco o treinta años después, aquel que llevaba una boina con cagadas de moscas y una sotana roída por los ratones), se salió a la calle pero no con buenas intenciones. Avisó a unos compinches y se atrincheraron armados con escopetas en las esquinas cercanas a la escuela en espera del doctor.
Habiendo terminado el hambriento su trabajo medicinal en formato de vacuna en la citada escuela angelical, dispuso sus pasos hacia la calle con intención de alcanzar su casa situada frente al liceo de primera enseñanza nacional republicana.
En el momento que puso el primer zapato al otro lado del tranco exterior empezaron los disparos contra su propia persona objetiva.
Su señora madre, al escuchar los tiros salió a la puerta y en segundos comprendió lo que pasaba. Se abalanzó sobre uno de los tiradores que escopeta en mano disparaba al hijo de sus entrañas derribándolo en el mismo suelo de tierra y piedras pavimentosas; el escopetero perdió su arma en la caída. El doctor que volaba hacia su casa en medio del tiroteo del que conformaba su único blanco puntual, cogió a su madre con una mano y la escopeta del tirador desarmado con otra y comenzó a disparar al bulto hacia donde creía le venían los disparos mortíferos, mientras alcanzaba la puerta de su casa para refugiarse.
Don Antonio, el médico acreedor de honorarios, no sabía que uno de sus disparos defensivos habia alcanzado de lleno al alcalde electo de la República, ocasionándole la muerte fulminante. Los compañeros del muerto al comprender el desastre hicieron intención de pegar fuego a la casa donde el asesino involuntario se había escondido junto a su señora madre debajo de una cama.
En todo esto, los vecinos de Alcóntar acudieron al lugar de la refriega e impidieron a los atacantes hacer carne a la plancha con las personas del hijo y la anciana.
Alertadas las autoridades uniformadas y con triscornio a la testa, acudieron al lugar y se llevaron al señor Rivera a la cárcel de Serón. Enterado el vecindario de este pueblo, que es el nuestro, de las vicisitudes que habían dado con los huesos del médico en nuestra cárcel de la Plaza Nueva (Esa que nos han destrozado recientemente), se organizó una manifestación espontánea en solidaridad con el detenido.
Desde la capital se desplazaron a Serón las autoridades médicas para interesarse en la persona de don Antonio y se dispuso una pensión para que su señora madre no quedase desamparada por el ingreso en prisión de su hijo amado.
Bueno Alconaiza, así fueron las cosas. Un año después se celebró el Juicio sumarísimo contra la persona doctoral acusada de homicidio o asesinato con victima de autoridad alcaldicia, lo que se suponía un agravante de los cargos acusatorios; pero el excelso Tribunal, haciendo un análisis de los considerandos formales y objetivos, estimó en sentencia estimatoria que el acusado había actuado en la legítima defensa de sus intereses personales, vitales y humanos, así como en los idem de su señora madre cargada en años. El preso fue puesto en libertad absolutoria.
Es en este momento, amadísimo amigo Alconaiza, que perdemos el hilo de la historia. Tras su puesta en libertad no sabemos dónde se encaminaron los pasos de don Antonio. Tan solo, otra noticia del intranet profundo nos dice que un tal don Antonio Rivera Fernández, médico y falangista, es asesinado por los rojos en el mes de Septiembre de 1936 y que el Colegio de Médicos de Almería le da de baja en Diciembre del mismo año. (Pienso que fue acertada la decisión ya que el médico en adelante no podría hacer frente a los recibos mensuales).
Un saludo amigo.
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