domingo, 4 de abril de 2010


Estoy en mi casa
Calle Pósito Viejo, número venticuatro,
las ventanas abiertas de par en par
dejan caer los rayos frágiles
de un Sol de primeros de Abril
que empujan la penumbra del invierno
hasta los rincones de arcas y baúles.
Suaves olores suben por los callejones;
naranjos, pinos, hojas de almendro
doradas en el fuego de Febrero y Marzo.
Las paredes de cal,
con algunos lamparones amarillos de salitre;
el corral solado con losas de gallinácea.
Más adentro, un conejo se espanta
y entra en su madriguera.
Llegan a los alambres pajarillos pardos,
se giran nerviosos
y al verme, huyen hacia los tejados.
Bajo por las escaleras
con los zapatos Gorila
que mi madre me compró hace una semana
para el Domingo de Ramos;
aunque aprietan,
me gusta el olor a chocolate de sus suelas.
Juro que los he mordido antes de calzarlos
pero su sabor era diferente.
En el Castillo y en la torre de la Iglesia
repican las campanas;
tracas de cohetes por aquí y por allí.
Corro al Callejón de Las Anayas
cuando la Virgen pasa con su manto Blanco.
¡Me perdí la Carrera de San Juan;
el año que viene,
prometo levantarme más temprano!.

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