domingo, 25 de abril de 2010

LOS GUSANOS DE SEDA Y OTRAS EMPRESAS DE MI ABUELO JUAN CRUZ, POR PACO CÁNOVAS


Yendo con mi hijo en el coche observo que en un bulevar recién trazado en estas tierras murcianas han plantado varias avenidas de moreras. Esto no es extraño aquí donde el árbol nacional es la morera. Y me hace recordar el final del Capítulo 3º del Quijote, releído la noche anterior, que trata de su aventura con “unos mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia”.


Le comento a mi acompañante que mi madre -y abuela suya- me contaba cómo allá por los años 20 el abuelo Juan Cruz les había montado una “industria” de gusanos de seda y qué fatigas pasaban para su sustento con las hojas de morera pues al ser una cantidad apreciable para ser rentable apenas daban abasto, muy comprensible si por esas fechas había tan pocos de dichos árboles como cuando yo era niño (al menos en la Alconaiza). De lo que no estoy seguro es de si a la cápsula de seda donde se realiza la metamorfosis la llamábamos “capullo”, que es su nombre correcto, o -quizás por pudor- “capillo” como hoy es llamada eufemísticamente en esta huerta murciana. La anécdota nos lleva a pensar que debía estar bastante extendida esa faena agroindustrial y que la salida comercial la tendría a través de Murcia. Algo parecido a como en los años 60 ocurrió con la uva que sustituyó a nuestros tradicionales y excelentes frutales y hortalizas sin suponer desarrollo alguno para el pueblo; no sé si a los intermediarios murcianos les reportó mucho beneficio; sospecho que si hubo pérdidas no repercutirían en ellos. En realidad para uva buena, la que el tío Alfredo tenía por su tejera y que, convenientemente colgada de los techos, acababa de concentrar su azúcar para la Navidad (a decir verdad a mi casa sólo llegaba la llamada “granuja” que creo que era lo que llaman “destrío” -palabra que saldrá en la próxima edición del DRAE-).

También, en el terreno agrícola, el abuelo practicó la Apicultura. Periódicamente se ponía aquella especie de escafandra de buzo y hacía la labor oportuna en unas colmenas que tenía en los bancales del Barranco del Lobo, nombrecito que, cierto o no, podía haber recibido del histórico desastre del Barranco del Lobo, en el Gurugú marroquí, y del que nos hablaba D. Paco en la Escuela haciendo las loores del caudillo. Volviendo a las colmenas ya cortadas, las mujeres manipulaban el producto y creo que, aparte de que la miel era vendida, hervían o algo así los panales sacando “aguamiel”; y con ella creo que cocían calabaza que luego estaba buenísima. Algo semejante y muy popular hemos encontrado en esta tierra murciana; y aquí con su nombre autóctono de “arrope y calabazate” que se elabora y consume en noviembre por la Fiesta de Todos los Santos.

Mi abuelo también tuvo algún otro “negocio” -¿cómo conseguir la moneda que la agricultura familiar no proporcionaba?- Por ejemplo recuerdo siendo muy niño -años 40- haber ido con mis padres a la faena de la remolacha sembrada por mi abuelo en unas fértiles gualejas que tenía en La Vega a la altura de Los Raspajos- los Donatos, junto al río (naturalmente, por ser gualejas). Después me recuerdo llevándola a la fábrica azucarera de Caniles que pronto cesó en su actividad; supongo que por falta de materia prima; o que la remolacha dejó de cultivarse por haber cerrado aquella. Amén de su uso industrial, la abuela Dolores la cocía para los cochinos, así como otras veces eran nabos o incluso panizo; a éste lo comí yo de niño por primera vez y estaba muy bueno (¡qué escasez había!). No volví a catarlo hasta estos últimos años en que por influencias extrañas lo han introducido en nuestras dietas.

Sea lo que fuere -y siguiendo con sus negocios-, el caso es que vendió las gualejas y con el dinero montó una fábrica: hacía bolas de carbón mineral (del tamaño de las del golf), combustible para unas hornillas que ensuciaban bastante menos que las lumbres usuales por entonces. Primero tuvo la fábrica en Lorca y posteriormente la trasladó a Baza. Aquello podía haber sido rentable si no es porque en seguida se introdujo el uso del butano, incomparablemente más cómodo. Por lo visto hasta aquí parece que tenía muy buenas iniciativas, pero le tocó vivir una época de vértigo: el mundo evolucionaba demasiado rápidamente y pronto cualquier buen proyecto quedaba obsoleto.

Por desgracia no vivió para comprobar felizmente que sus descendientes (como la mayoría de nuestros coetáneos), aprovechando el ejemplo de honradez y laboriosidad de los antepasados, tuvimos la oportunidad de disfrutar del bienestar que a ellos y a sus esfuerzos denodados se les negó.

Sean, pues, estas líneas homenaje a nuestros aparentemente fracasados abuelos, para los que sirven aquellas palabras que dijo el poeta Horacio (s. I a.C.) a propósito de su obra poética: “No todo yo moriré; una gran parte de mí escapará a la Muerte”.

1 comentario:

seronero dijo...

El Barranco del Lobo en mi infancia hacía referencia al Barranco de Mauricio. Su origen está en el barranco del mismo nombre donde los ejércitos españoles dieron caña a los moros en la guerra de África. Aquí me llega el recuerdo de una gran persona, Emilio Cazorla Plasencia, tío mío, casado con mi tía Remedios y creo que pariente tuyo, que vivió en sus huesos durante su servicio militar los últimos episodios de la Guerra de África.

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