sábado, 3 de julio de 2010

ESCENAS DE MI CALLE 2, POR PACO CÁNOVAS


Había varios TALLERES relacionados con la costura (podría también apodarse la Umbría como la del Gremio de Textiles):

-Comenzando por el más cercano a la Plaza de Arriba, estaba el primero el de Martirio (esposa de Domingo el de la Luz –cuya defunción en la tarde del Jueves Santo cita Néstor en el Foro-): tenía manos primorosas para el bordado que los niños admirábamos al otro lado de las rejas de la ventana donde trabajaba; su casa estaba en el primer ángulo, donde gira la calle; era medianera con la casa del tío Juan Martín empleado de la Compañía en Los Canos, con quien vivía un nieto de nuestra edad –Juanito Morillas- y que está a mi lado (1º de la izquierda) en la foto de la Escuela de D. Paco. Celebraron en la casa una vez la boda de algún familiar y los niños andábamos por la calle dando vivas a los novios y esperando recibir algo: nos dieron abundantes algarrobas y agarré una indigestión de la que me he acordado toda mi vida.

- Como ha recordado Néstor en la Necrológica de su tía Encarna, avanzando calle adelante se llegaba al taller de su abuela y tía que de niños frecuentamos y revolvimos como nuestra edad demandaba. Tengo un recuerdo menos preciso porque quizás era yo demasiado pequeño.

-Luego venía el de Justica (mi madre). Me parece recordar que ella había aprendido en un taller que hubo en la Cuesta Baillo (acabo de ver hoy precisamente en el lateral de un automóvil un rótulo en el que aparece esa palabra pero como Vaillo; consultado “El gran libro de los Apellidos” de J.Mª Albaigès, la constata como variante de Vadillo, sin descartar Badillo, palabra aplicada en Santander al “badil/badila”, que como debemos saber todos es el instrumento con que se manipula el brasero –de brasas, claro-). Luego se instaló por su cuenta. Era costumbre que cada modista tuviera su clientela, sin notar yo nunca que hubiese fricciones entre aquellas por competencia desleal ni nada parecido. Entre las oficialas que yo recuerdo puedo citar a la Quicos la de Canata; su hermana Mariquita ha venido regentando, junto con su marido Domingo, durante muchos años el restaurante del Anchurón. Estaré agradecido mientras viva a este matrimonio: viviendo ellos en Bélgica (Dinant, un pueblo precioso, digno de visitar) me acogieron cuando yo me desplacé allí una temporada. Recuerdo una anécdota que demuestra lo pequeño que ya en los años sesenta era el mundo: estábamos Mariquita y yo en una tienda y nos encontramos de sopetón allí a la chica de servicio y a ¡D. Renato! su jefe, director o similar de la Compañía de Menas, que estaba comprando algo, camino de Holanda (por cierto que la muchacha nos trató con un incomprensible –o no- desdén); también del Reconco vinieron la Quicos de la Mamachón y Dolores la de Pepe el Guardilla. Del pueblo asistieron Julia, hija de Enrique Maqueque (a la sazón noviaba con mi hermano Antonio) y Matilde la Churrera, hija de Saturnino; y una pequeña temporada Pilar Borja, hermana de Paco, el anterior Alcalde y compañero mío de estudios en Almería. Seguramente hubo más pero no me vienen a la memoria.

-Josefilla la Ratona, mujer de Juan el del Marchal, venía a continuación, siempre con numerosas y bullangueras oficialas. Estaba frente al cañillo de la Umbría. Y en el mismo edificio, junto al taller, vivía el tío Pedro la Vega, ganadero de VACAS LECHERAS que alojaba en las cuadras que había debajo de la casa, con acceso por debajo de las azoteas de la carretera; cuando aquellas pacíficas vacas de respetable cornamenta se acercaban, al regresar de pastar, sorprendiendo a los niños jugando bajo las azoteas, a mí me daba auténtico terror. Siendo muchacho pasaba yo con el tío Pedro algunas veladas de invierno en el taller escuchando Radio Pirenaica (había que estar informado) mientras Josefa seguía con su costura y Juan su marido atendía las matanzas que hacía por las casas del vecindario, pues era un buen “mataor”. No entiendo por qué al “capaor” municipal, vecino también al principio de la calle, le llamaban el tío Juan Vacas, pues no recuerdo que las tuviera. En el ensanche formado entre la casa de Josefa y el Callejón con el cañillo ya habíamos quemado la hoguera de Santa Lucía, que formábamos principalmente con zarzales y cambroneras traídos de lejanos parajes de la Alconaiza donde casi todos los vecinos teníamos algún huerto, y los hachos del esparto de las “atochás” que nuestros padres elaboraban con gran destreza; en esa época todavía no existían talleres municipales ad hoc.

-Continuaba Teresa la del tío Antonio el Pintao, que cosía ropa de hombre, mujer graciosa donde las hubiera; por las noches, tras la cena, se venía en compañía de la citada Manuela la del Horno a hacerle compañía a mi madre que estaba a lo suyo: la costura; lo primero que hacía era decir: “Justica, voy a echar un sueñecico”; y se dormía. Como todos los vecinos que recuerdo de entonces, era una bellísima persona, algo deslenguada (me decía: “Paquito, tu me perdonas”); según ella, los funerales –misas, entierros- acababan cuando D. Francisco decía aquello de “me meo en tus güesos” (en realidad el texto es “memento quaeso”-acuérdate, Te ruego...-). Este matrimonio, tengo entendido, había sufrido represalias al acabar la guerra. Frente a ella había otra señora mayor, la tía Beatriz, que también bordaba o hacía encaje de bolillos.

-Siguiendo hacia la Iglesia y en medio de la Cuesta de la Umbría recuerdo de muy niño ir con mi primo Emilio Cazorla a jugar a casa de su vecino Pepe Enrique -su hermano es Néstor Ávila.

Del subconsciente me aflora la imagen de su madre aplicada a la máquina de coser mientras los niños jugábamos en el amplio portal que separaba las dos viviendas; también a veces se me representa leyendo alguno de los innumerables libros que por allí había. Quizás (no puedo recordarlo) fuesen un estímulo para iniciarme en la lectura: si ves un objeto inusual –en mi casa no había libros-, te apetece tocarlo, o jugar con él, o usarlo, etc; yo recuerdo de aquella infancia leer unos cuentecitos que recibía periódicamente en su TIENDA, la única que de la calle y que tenía de todo lo que había entonces, Jesús Herrera, padre de Encarnica Herrera, casada -y enviudada- con Paquito el de Arturo: aún vive en la misma casa de entonces, creo. Por lo visto no seguía la colección de cuentos, pero Jesús me iba dando largas citándome para la semana siguiente; yo acudía puntual deseoso de encontrarme con un nuevo fascículo –se llaman ahora-, pero me llevaba una decepción tras otra, semana tras semana hasta que lo di por imposible; de dónde sacaba el dinero, no lo recuerdo pero bien podría provenir de botellas y flores de “sabuco”, como decíamos entonces, que vendíamos en sacos a la Botica, instalada en esa época junto a la talabartería, en dirección a la Iglesia desde el Cantillo; me lo ha recordado el anuncio en la tele de algún producto que incorpora el saúco a su composición. Junto a la tienda de Jesús, en una habitación amplia, tuvo su primer taller de carpintería un jovencito –aún lo es- Pedro Antonio Lorenzo, padre del actual Alcalde; con él pasé muchos ratos de tertulia y compañía. Por entonces ya había cesado en su actividad la carpintería del tío Juan Herrerías que vivía casi enfrente. Otro carpintero que vivía en la calle era el Viruta, aunque este tenía el taller en la Venta.

Paco Cánovas.

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