martes, 7 de abril de 2009

Mi hermano José Luis





Siempre que me encuentro a Luis, “el señor Martínez”, desde lejos empieza a hacerme gestos con la mano, como regañando y me dice –tu vete al Pijama, que ya no eres de aquí, tira pa tu pueblo-, después, cuando me saluda siempre lo hace hablándome de mi Hermano, de cuando cayó al pilar en la plaza y, con su manera de hablar, me explica cómo fue y lo fría que estaba el agua en aquel mes de Febrero.
A Luis le debió impactar aquel suceso, para recordarlo siempre que nos vemos.

Las personas que tengáis más de sesenta años, es posible que lo que recordéis; yo no le conocí, pues murió con ocho años, dos años antes de nacer yo y de él heredé su nombre, José Luis. Está enterrado en el Cementerio de Arriba en el nicho de mis padres.

Un día, jugando en la plaza, debajo del muro, en aquel pilón largo que había para beber las bestias, cayó al agua que estaba helada. Tal fue la impresión que enfermó del corazón y tras dos años de visitas en Granada al Doctor Galdón, no pudieron curarle y murió. Hoy seguro se hubiera salvado, pero entonces no había los medios que hoy tenemos.

Aquella tragedia marcó la vida de mis padres. Mi Padre hablaba poco y siempre para contar la noche que se lo llevó a la Almazara que había junto al molino de los Patos y tras pasar horas observando cómo las piedras trituraban la oliva, a la mañana siguiente hizo un dibujo en el que reflejaba perfectamente todo el proceso que daba como resultado el aceite.
Mi Madre, por el contrario, no dejó de hablar de él ningún día de su vida.

Siempre he imaginado, cómo hubiera sido mi vida con un hermano diez años mayor que yo, seguro que habría disfrutado mucho de su compañía y en cierta forma lo he echado de menos aunque nunca lo vi.



Eras demasiado pequeño
para un viaje tan largo
que te llevó muy lejos
de tu vida juguetona.
Sin verte partir,
te imagino distraído
en esa, nuestra costumbre
de alterar la oscuridad del duelo
escondiéndola detrás de una sonrisa.
Y te veo alejarte cauteloso
por la calle del mundo
asomado a la ventana de la muerte.
Tu alma cantaría de júbilo
cuando echó a andar
el tren de las estrellas;
quizá lo olvidaste todo
con los nuevos ecos blancos
de la oscuridad de tu sueño.
Dime si ves correr agua limpia,
si en el jardín de los sacrificios
donde hoy habitas,
cultivas claveles y rosas misteriosas,
mientras escuchas las campanas
de la torre de la Iglesia
y, si entre la broza
de los días perdidos,
en la Plaza lejana,
en el Cine azul de los milagros,
has podido ver
algún ángel amigo,
si acaso te sentiste solo..

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